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Mostrando las entradas de septiembre, 2014

Una tristeza abandonada

Psict. Diana Loyo Rodríguez Maestría en Psicoterapia Infantil Especialidad en terapia de pareja Una buena tristeza no se anda con medias tintas; una buena tristeza es seria, profunda, profesional. No necesita grandes adornos como las lágrimas. No requiere de gritos. No requiere música de entrada. Es discreta pero contundente. Una buena tristeza sabe pisar y cuando llega nadie puede dudar de que está ahí. Una buena tristeza se mete entre la piel y el músculo. Queda entrelazada ahí y qué bueno. Porque la tristeza necesita sentirse contenida, abrazada, acompañada. Por eso busca recovecos para no esfumarse sin haber sido percibida. Una tristeza bien hecha necesita sentirse cerca de la persona, porque no hay nada más triste que una tristeza abandonada. Siéntela. Reconócela. Permítele estar contigo, andar contigo. Porque cuando la tristeza se sienta reconocida y apapachada empezará a despedirse de ti. Recogerá sus cositas, esas que regó cuando llegó. Hará sus maleta

El aroma en las relaciones

Psict. Diana Loyo Rodríguez Maestría en Psicoterapia Infantil Especialidad en terapia de pareja Una persona debe saber bien cómo usar su loción. Si la usa adecuadamente, su olor se combinará con ella y harán una mezcla distintiva, un aroma único que acompañará durante el día. El cómo impregna su aroma en alguien más...ese es un punto aparte. Por ejemplo. Si la relación es distante, sólo al pasar podrá dejar apenas imperceptible un aroma sin mayor intención de ser reconocido; si no hay intención de ser reconocido pues difícilmente un aroma tendrá presencia en otra persona, no existirá. Veamos...si la relación es digamos...no indiferente y si implica una interacción, hablaremos de un aroma que será "notorio" al olfato. Al olfato. Repito: solo al olfato. Y la gente registrará algo como "mmm...huele bien" "es agradable este aroma". Bien. Ahora...hablemos de una relación cercana...hablemos de una relación de 5 o 10 cm de distancia.

En los tres primeros años de vida se sientan las bases del aprendizaje de las normas

Ana T. Jack «Pobre, es muy pequeño, solo se está divirtiendo», dice el padre enternecido, mientras su retoño de un año de edad destroza con gran alegría el último libro de Eduardo Punset, que ha robado de la mesilla de su madre… Pero reaccionar así es un error. Está científicamente  comprobado que entre los cero y los tres años se forma la personalidad del niño y, entre otras cosas, se sientan las bases del aprendizaje de los límites. Al principio, en los primeros meses de vida, se trata de adquirir rutinas relacionadas con la comida, el sueño o el baño. Son las primeras normas que conoce el bebé, y también las que le hacen sentirse seguro y protegido. Antes de cumplir un año, además, reconocerá sin problemas un no rotundo o un sí claro, por lo que con estos dos simples monosílabos se puede comenzar a guiar su conducta. Eso sí, a partir del primer año empezará a calibrar hasta qué punto sus padres son firmes con las normas. «Eso no se toca», le dirán. Y él, retador, hará el gesto

Sobre el padre, su función y los límites

Mónica B.  Aguirre de Kot Se define la paternidad como un fenómeno que, si bien comienza en lo biológico, se desprende de él. Es reconocimiento, es dar un lugar al hijo, una palabra que genera identidad, nomina y designa e influye en la cultura. Luego, la paternidad se desplazará de una persona concreta, permitiendo entrar en un mundo de símbolos, de mediaciones y de esperas. Así, vemos que la paternidad biológica es un fenómeno diferente de la paternidad como fenómeno sociocultural. Ya en la antigüedad, se consideraba que el padre era aquel que podía adoptar a un hijo; de esta manera se consideraba que la paternidad no era sólo procreación o progenitura. Hay dos momentos especiales en los que el padre, en su función, adquiere un relieve crucial y decisivo para que el niño pueda solucionar sus conflictos. Un momento comprendido es entre los seis y los doce meses de vida aproximadamente, con la iniciación del triángulo edípico; el otro es la entrada en la adolescencia,